¡No la ven!

07, marzo

En Argentina, durante los primeros setenta días de este año, se ha escuchado mucho una expresión compuesta por tres ...

En Argentina, durante los primeros setenta días de este año, se ha escuchado mucho una expresión compuesta por tres palabras. La frase logra gran impacto a pesar de sumar solamente siete letras en esos tres vocablos.

“¡No la ven!”; se escucha con frecuencia en los medios, se dice en reuniones sociales o de negocios, se lee en redes sociales e incluso los chicos la utilizan para hacer bromas.

Remite a una incapacidad para ver lo evidente. Refiere a un proceso de negación, de falta de aceptación, de resistencia al cambio. A una falta de entendimiento atribuida a vivir en un paradigma anterior.

Tom Hadley, un consultor británico con quien tengo el gusto de coincidir en Qintessence Finances, habla de macro trends/micro lens. Él también, al utilizar este último término tan gráfico, pone foco en la mirada. Sin ver las macro tendencias es inútil usar micro lentes.

No pude evitar durante estos días asociar esa expresión al mundo de las empresas. Es muy evidente que, en algunas organizaciones, existe incapacidad o negación para poder ver. Para poder comprender de manera profunda la metamorfosis del trabajo. Para poder visualizar los cambios sociales determinantes que vinieron para quedarse con la revolución tecnológica, el envejecimiento poblacional y la pandemia.

El trabajo ya no es lo que era. Es el título del último libro de Albert Cañigueral pero es también un dato. Simple, objetivo, contundente, incontrastable.

Muchas empresas parecen ignorar una revolución que ocurre delante de sus narices, enfrente de sus ojos, a plena luz del día. Es como si la vorágine del día a día los blindara de la ebullición que se vive en el mundo BANI.

Siguen pensando en empleo en lugar de ver diferentes formas de trabajo.

Siguen pensando en empleados en lugar de ver un pool de talento agregando valor desde diferentes lugares y de diferentes formas.

Siguen pensando en horarios en lugar de ver objetivos.

Siguen pensando en certificaciones en lugar de ver competencias, conjuntos de habilidades, capacidades, actitudes, que hay que seguir desarrollando toda la vida.

Siguen pensando en un trabajo localizado con una lógica “brick and mortar” sin ver que el trabajo es una tarea que hacer y ya no más, necesariamente, un lugar al que ir. El trabajo se deslocalizó, la transformación digital se está dando de hecho, la flexibilidad es innegociable y todo esto está desafiando a las antiguas habilidades de liderazgo.

Siguen buscando compromiso, “la camiseta puesta”, el empleado para toda la vida, en lugar de ver el engagement, la propuesta de valor, la escucha que permite diseñar propuestas flexibles para ser la primera elección para el talento que busca desarrollarse en diferentes etapas de sus vidas.

Siguen en un paradigma en el que una persona estudia, pone en juego sus habilidades durante un tiempo productivo y se retira y no ven que todo ese ciclo es cambiante, más largo y complejo, con personas con más cantidad de tiempo en plenitud física y cognitiva que van a relacionarse con las organizaciones de distintas maneras, que deberán formarse durante toda la vida y que ya son más exigentes con su tiempo.

Siguen definiendo perfiles cargados de estereotipos sin cuestionárselo; sin ver la riqueza de la diversidad y su correlación directa con la creatividad y la innovación.

Siguen promoviendo áreas de Recursos Humanos, un oxímoron tóxico y obsoleto que nos les permite ver al área de Personas, centrarse en ellas e incrementar la posibilidad de innovar hasta la disrupción

Siguen pensando que hay escasez de talento y no ven que el talento existe, pero decidió trabajar de otra forma.

Siguen pensando en términos lineales y de competencia y no ven los beneficios de la exponencialidad y la colaboración.

Siguen viéndose como una unidad delimitada y cerrada y no como parte de un ecosistema de empresas ampliadas generando cadenas de valor.

Siguen buscando estabilidades que ya no existen y no ven que la incertidumbre ya no genera tanto miedo y que las personas quieren formar parte de un cambio

Siguen viendo a la tecnología con un lente distópico y no como el copiloto que puede llevar a las personas y a la organización al siguiente estadio evolutivo.

Siguen en la inercia, abrazados a viejas categorías y a velocidad constante, en dirección directa hacia el iceberg.

¡No la pueden ver! Son Quijotes demasiado ocupados en luchar contra los molinos de viento.

Esa ceguera conceptual los aleja del smart working y de la competitividad 4.0, los deja vulnerables ante organizaciones 4.0 pensadas desde una base tecnológica que impulsan la diversidad en el sentido más amplio del concepto, gestionan exponencialidad y centran en las personas todos sus proyectos.

En este momento de transición entre lo que todavía no acaba de morir y lo que no termina de nacer, poder ver, equivale a sobrevivir. Gestionar una organización desde el viejo paradigma es a mediano plazo la firma del certificado de defunción. Amigarse con las oportunidades que brinda el nuevo paradigma es la posibilidad de llegar a lugares impensados. Permite soñar y conformar smart organizations con visión global. Esto último, para una región como la nuestra, es inédito.

La recompensa implícita en el desafío es extraordinaria.

Es cierto que no es fácil animarse a dar el primer paso cuando en muchas ocasiones, ni siquiera existe claridad acerca de cuál es. Pero es verdad también que, asumir el riesgo, es imprescindible.

Es bueno iluminar el camino antes de comenzar a caminar. Luces y miradas.

Estar dispuesto a ver con una luz diferente.

Tal vez, en realidad sea ese, el primer paso en el camino de la transformación.

 

Foto de Nong en Unsplash