Las narrativas publicas acerca del trabajo siguen ancladas en el pasado. Están alejadas de la realidad 4.0 impactada por la revolución tecnológica y la extensión de la longevidad humana. Urge conectar con el siglo XXI.
Por Martin Padulla para staffingamericalatina
En varios países de nuestra región se asistió o se asiste a debates sobre reformas laborales.
La posibilidad de una discusión pública con libertad y en democracia que deje atrás décadas de atraso, es en sí mismo un suceso positivo.
Estos debates son auspiciosos e imprescindibles: el anacronismo de nuestros sistemas normativos es de una evidencia contundente. La mayoría de estos marcos solamente contempla la Segunda Revolución Industrial, la aparición de la electricidad y la posibilidad de producir en serie. Tienen una visión industrial. No tienen en cuenta los impactos de la Tercera Revolución Industrial y las tecnologías de la información y mucho menos los impactos de la Cuarta, con la digitalización y las transformaciones a velocidad exponencial.
El diagnóstico es claro y las posibilidades de dejar atrás décadas de atraso, enormes.
Sin embargo, cuando se hace un análisis profundo del contenido de los debates en los parlamentos, la sonrisa se transforma en mueca. En la mayoría de los casos, la modernización solamente viene a saldar deudas del siglo XX.
En efecto, quienes tienen la posibilidad de construir marcos regulatorios, parecen visualizar con claridad los impactos de la irrupción de la computadora, las tecnologías de la información y la automatización en el mundo del trabajo, pero no parecen contemplar la verdadera metamorfosis que produjo la digitalización acelerada por la pandemia.
Una metamorfosis se conforma a partir de un cambio morfológico y estructural sorprendente, radical. Una mutación que no tiene vuelta atrás. Un cambio que implica otras necesidades, otras funcionalidades y otros abordajes. Estamos ante una configuración completamente diferente del mundo del trabajo. Estamos ante un escenario con menos empleo y cada vez más trabajo. Es imprescindible cambiar el enfoque.
Insistir con hacer modificaciones desde categorías del pasado, puede mejorar la coyuntura de manera temporaria pero no resuelve problemáticas de fondo que requieren innovación social urgente.
Nuestra región debe resolver problemas concretos como la informalidad, el desempleo y la exclusión. Mientras escribo estas líneas se está desarrollando la 112 Conferencia Internacional del Trabajo de la OIT. Resuenan en Ginebra conceptos como trabajo decente y justicia social. Asistimos a un debate recurrente sobre principios y derechos fundamentales del trabajo; por momentos más en formato de debate político que en formato de diálogo social. En el primer modo, las referencias históricas a un mundo que ya no existe parecen ir a contramano del mundo real, de la velocidad exponencial de la metamorfosis 4.0.
Debatir y reclamar conceptos deseables desde marcos teóricos obsoletos, no nos acerca a la solución.
Cuando pensamos en qué trabajo queremos, indefectiblemente debemos preguntarnos en qué momento de nuestras vidas nos formulamos esa pregunta. La vida tiene etapas, ciclos. El presente y el futuro deseable del trabajo es el de las diversas formas de trabajo que contemplan esos ciclos, que brindan igualdad de oportunidades y libertad de elección para todos, durante toda la vida. Aquel que contempla transiciones y la necesidad de aprender a desaprender para reaprender.
Es un concepto de trabajo asociado a un set de derechos diferentes, portables, flexibles e individuales. Funcionales a carreras laborales que se desarrollaran bajo diferentes formatos, desde distintos países y en distintos momentos de la vida.
Las economías, las organizaciones y las personas necesitan aprovechar todo el potencial del talento para poder desarrollarse. Necesitan espacios e instrumentos para aprender durante toda la vida. Sistemas de pensiones disruptivos que atiendan las particularidades de la metamorfosis.
América Latina tiene altísimas tasas de informalidad, serios problemas de empleabilidad y niveles inaceptables de exclusión observables con solo recorrer sus calles. En este contexto, iniciativas básicas como la ratificación del Convenio 181 de OIT para conectar servicios públicos y privados de empleo, brillan por su ausencia. Por momentos, es alarmante la desconexión de las narrativas públicas y la realidad.
Como Penélope algunos siguen esperando un pasado que ya no volverá. Otros, a lo Pirro, festejan que no se prohíban formas flexibles de empleo formal validadas hace mas de medio siglo en los mercados laborales más dinámicos, formales y modernos del Mundo. Unos y otros parecen estar lejos de la metamorfosis.
Penélope. Aferrarse a una idea de trabajo funcional a la primera mitad del siglo pasado, parece la mejor receta para profundizar la falta de competitividad y la degradación social.
Victorias pírricas. Pirro, rey de Epiro, logró una victoria sobre los romanos que le costó miles de sus hombres. Se dice que al contemplar el resultado de la batalla de Ásculo, dijo: “con otra victoria como esta, estoy perdido”. No alcanza con modernizar, no alcanza con saldar deudas del siglo XX. El tiempo corre y con él se va el bono demográfico.
En un contexto de metamorfosis, la búsqueda de reformas debe ser permanente. No comprenderlo es no dimensionar la magnitud del problema y la magnitud de las oportunidades del trabajo 4.0
Oportunidades. Se trata de eso. La región está ante oportunidades únicas. Puede ser protagonista del mundo del trabajo 4.0
Sería muy bueno que, por una vez, perdamos la oportunidad de perdernos oportunidades. Durante demasiado tiempo, las narrativas debaten el pasado. Es hora de pensar y construir un futuro que incluya a todos; de no dilapidar oportunidades para el desarrollo.
Es imperioso tomar conciencia de que, probablemente, no queden muchas más.
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